
Abderramán III era el rey más poderoso de su tiempo, el siglo X.
Fue designado sucesor por su abuelo, que excluyó a sus propios hijos y hermanos, y coronado a los veintiún años.
Tuvo una larga vida ( más de setenta años), rodeado de lujos y caprichos, como un harén de más de 10.000 mujeres o la ciudad palacio de Medina Azahara, donde había lugares tan asombrosos como una habitación con una piscina de mercurio, (metal bastante desconocido por entonces en occidente), que hacía agitar para impresionar a los ya de por sí amedrentados embajadores extranjeros.
Atemorizó a los reinos cristianos vecinos y mantuvo a raya a los integristas religiosos, por lo que políticamente, no tuvo grandes enemigos ni dentro ni fuera de su territorio, de manera que su orgullo no debió sufrir muchas afrentas.
Y sin embargo, pese a todo lo anterior, haciendo balance al final de su vida, sólo pudo contar catorce días felices. Ni uno más.
Afortunado aquel que llega a catorce.
1 comentario:
Publicar un comentario