lunes, 29 de octubre de 2007

LA CIUDAD DE CRISTAL DE PAUL AUSTER, P. KARASIC Y D. MAZZUCHELLI





Para los que estén familiarizados con la obra de Paul Auster, ésta no les supondrá casi nada nuevo ( el azar, el personaje del escritor viudo... todo está, como siempre). Casi. Porque aquí además hay una nueva lectura sobre el lenguaje y su función, y por extensión, una reflexión sobre la naturaleza humana ( el hombre como observador-nominador del mundo), basada en textos fundamentales de la nuestra cultura ( El Paraíso Perdido de Milton, el Quijote de Cervantes, la Alicia de Carroll...).


El Paraíso Perdido, la antiBiblia del mundo occidental.


El Quijote, la metaliteratura, la primera vez que unos personajes tienen conciencia de ser personajes ( inolvidable cuando Sancho le comenta al Quijote que circula por ahí un libro con sus aventuras, refiriéndose al de Avellaneda).


Alicia, la contramatemática.


Religión, Arte y Ciencia subvertidos aquí por Auster. No se puede apuntar más alto.


Básicamente, la teoría del libro, es que la auténtica tragedia de la humanidad, su verdadera caída y pérdida de la inocencia es la ruptura del lenguaje con el mundo físico, ya que según Milton y otros, Dios creó al hombre para que observara el mundo y le aportara el logos.


El logos. Nada es totalmente hasta que hay un nombre para ello.


Nada de lo que existe, existe realmente si es inefable, si no se puede nombrar.


Pero, ¿qué ocurre cuando hay una fractura entre palabra y referente, bien porque éste ha variado o bien porque las palabras han perdido su antigua inocencia?La imposibilidad de nombrar el mundo es la imposibilidad de tocarlo y de habitarlo. El hombre está condenado a mirarlo como a través de un escaparate de cristal, sin llegar a comprenderlo del todo jamás.Es la teoría de Wittgenstein, de Hofmannsthal, y de tantos otros que vieron como “todo lo sólido se desvanece en el aire” a principios del siglo XX.Todo lo que parecía firmemente anclado en nuestra capacidad de raciocinio, y su expresión externa, el lenguaje, desaparecía al cambiar la realidad misma. Basta con cambiar la lente del microscopio para ver cosas distintas ( una mesa, moléculas de madera, átomos, quanta…).


Cada tesis científica está ahí sólo para desmontar la anterior, pero ella misma es provisional también.


¿Qué sentido tienen palabras como “siempre”?


¿Qué significa la palabra “yo” si cuando la pronuncio ya no soy la misma que era, porque todo cambia tan deprisa y nada es lo mismo dos veces?


Y todo esto sin contar que el significado de cada palabra varía de una persona a otra, porque depende de su propia experiencia vital, e ignorando también las mentiras conscientes que lanzamos cada día.En el mejor de los casos, las palabras son un triste intento de acercarse a una realidad que, como una pompa de jabón, se rompe al tocarla.Las seguimos usando, a pesar de eso, como mal menor o mentira piadosa.


Hablar, escribir, son actos deliberados de hipocresía.


Deduzco de “Ciudad de cristal” que sólo hay una palabra exacta aplicable al ser humano: “marioneta”.Porque Dios, de existir, nos creó para jugar con nosotros y darnos el trabajo imposible que es nombrar.


El muy cabrón se sentiría sólo sin que nadie aplaudiera su obra y decidió que necesitaba espectadores.Debió pensar que sería aún más divertido si les hacía creer que tenían una misión y les veía fracasar en ella. A fín de cuentas, todo drama shakespeariano necesita su bufón.


Y desde entonces hemos jugado en su tablero a pesar de saber que era un juego inútil.


Ha pasado mucho tiempo desde que leí el libro y aún estoy confusa.


Como escribió Adolf Loos, “ahora debo aprender a vagar con mi propio cadáver”.


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